Hacía calor, mucho calor y mi intento era encontrar el poblado más cercano con el fin poder conseguir víveres para continuar mi trayecto por la selva tropical. De repente comienzo a oír el suave golpeteo de algo que se mueve en la selva, hasta que la veo aparecer: una auténtica tigresa, elegante y mortífera. Por su cara pude deducir que no estaba muy contenta, y en el momento que avanzó hacia mí se me hizo un nudo en el estómago.
Comenzó a aumentar la velocidad, hasta que se abalanzó sobre mí con sus mortales dientes y garras surcando los aires. Conseguí esquivarla y sacar mi machete, entonces comenzó el auténtico cuerpo a cuerpo. Sus rugidos se entremezclaban con mis gritos de dolor y por cada arañazo o mordisco que recibía, descargaba mi puñal con toda la saña posible. Conseguí zafarme de ella y le asesté el golpe final, pudiendo salvar mi vida. Pero la batalla había sido dura y acabé con el cuerpo sangrante, lleno de arañazos y mordiscos.
Todo esto que os acabo de contar me lo acabo de inventar, pero con ello hago un símil con lo que se vive durante una pelea entre hermanos. La tigresa, si sois un poco avispados es mi hermana, y la comparación que hago es prácticamente verdad, ya que cuando discutimos pelea con uñas y dientes; pero yo no utilizo un machete lógicamente. Estas confrontaciones son un acontecimiento usual, por no decir mítico, en las familias de hoy en día; sin importar la edad o el tamaño. Suelen ser motivadas por cualquier motivo, siendo más habituales durante la infancia y más intensas en la adolescencia.
Chechu P.
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