El amor es tan profundo, tan verdadero y tan puro que puedo asegurar que tengo la sensación de estar a su lado siempre, aunque haya viajado a miles de kilómetros de Madrid. Sé perfectamente que no me escucha cuando entono su nombre o pido a gritos que siga luchando, que nunca se rinda porque merece la pena. Sé también que no es la perfección, que hay veces que cae y provoca que se me escapen las lágrimas, pero empiezo a pensar en todos esos momentos que hemos vivido juntos y todas las veces que me ha hecho reír... Al instante recapacito y me seco las lágrimas prometiéndome a mí mismo que nunca abandonaría lo que más quiero, recordándome el lema que hay bajo la primera foto que me hice en su casa, en la mesilla de noche de mi cuarto: "Quiéreme cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite"
Tuve ocasión de conocer con cinco años al amor de mi vida, ese que tantas cosas me ha dado. He de decir que en un principio no era una relación muy íntima, pero que poco a poco fui enamorándome más locamente hasta el punto de que hoy daría cualquier cosa por mantener dicho amor. Con esos cinco años ya visitaba su casa muchos domingos, todos los que podía. Hoy, con 17 años, tengo que decir que sigo haciéndolo. De hecho, sigo manteniendo el mismo ritual, el mismo que la primera vez que lo visité. Me bajo a Madrid en coche con mi padre, aparcamos y buscamos una entrada de metro. Al entrar en el subsuelo de Madrid es cuando me empieza a latir más fuertemente el corazón, nos vamos acercando a su casa. Es fácil reconocerlo, pues la gente va gritando su nombre cada vez con más intensidad.
Por fin llegamos, se me ponen los pelos de punta al ver que tengo justo delante a toda su familia, que también es mi familia... nos disponemos a entrar en su casa, que también es mía desde que le juré amor eterno. Nos adentramos un día más en el Santiago Bernabeu a dejarnos garganta, corazón y alma animando a nuestro equipo: el Real Madrid C.F.
Rafael I.
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