Un día me encontraba sentado en el sofá de mi salón, tomando una cerveza bien fría, y estaba enfrascado en la lectura de los magníficos escritos del señor Bryson. Según pasaba páginas, empecé a reflexionar sobre este escritor, y me asaltaron varias dudas.
En primer lugar, me pregunté si este hombre era excesivamente jocoso, humorista y vacilón. Me explico: antes de adquirir el libro, pensando que el susodicho iba a ser fino cual aguja, me encontré un libro que debería pesar unos cincuenta kilos y era grueso cual puerta de una cámara acorazada. Tales dimensiones contradecían al título del ladrillo, pues muy breve no podría ser la obra.
Después de la primera observación, emprendí la aventura de comenzar la escritura. Según pasaba capítulos, veía que el señor Bryson había hecho infinidad de viajes a distintos lugares, los cuales eran muy bellos e interesantes. Mi duda fue la siguiente: ¿es este señor millonario o es inmortal? Me pregunte esto porque no se puede hacer tantos viajes si no tienes mucho dinero o mucho tiempo. Pensando en esto, me di cuenta que este libro no lo debe comprar muchas personas, por lo cual el escritor no debe recibir muchos ingresos,por lo que concluí que el señor Bryson es inmortal.
Terminadas estas primeras reflexiones del libro, empecé a pensar sobre mis propias reflexiones, como nos enseñan en Filosofía. Durante estas rayadas mentales, conseguí conclusiones muy provechosas:
Esta obra ya es una breve historia de casi todo, pues incluso para escribir un libro sobre células se necesitarían cientos de hojas y Bill ha logrado lo imposible: ¡ha conseguido comprimir millones de años en tan solo 567 páginas!
También concluí que este libro me ha servido para aprender un sin fin de cosas nuevas, me ha entretenido y con él he ayudado económicamente a Bill Bryson.
En un futuro me podrá servir para que sea uno de los ladrillos de la catedral de mi vida y, si no llegase a cuajar esta idea, siempre podría utilizarlo de chaleco antibalas.
Santiago D.B
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